Muebles para las esquinas complicadas del alma

La cama me echa de una patada.

Farfullo malhumorada desde el suelo, maldiciendo a cada uno de los hilos de mis sabanas. 

¿Por qué habían decidido guardar entre sus fibras el calor de nuestros encuentros?

Me hacían pasar las noches en vela, esquivando, dando vueltas, huyendo de las quemaduras de tercer grado, los recuerdos más ardientes. 

El espejo del baño me mira con desdén, y hasta se permite escupirme y llamarme fea. Gruño por lo bajini, maldiciendo a los suecos por no diseñar muebles que estén de mi parte.

Es que vosotros no lo sabéis, pero mi casa está en guerra. Contra mi. Porque me odia.

No tengo refugio más que en la despensa, pero claro, esas estanterías han visto mucho mundo (son chinas), y ya tienen bastante con lo suyo. Suspiran amargadas y me dedican una mirada que claramente lee "que cada palo aguante su vela". Decido ignorar su sermón encubierto mientras busco unas galletas rancias que llevarme a la boca.

Vale, lo confieso, si hay alguien con derecho a odiarme, es la nevera. 

Ella solía ser la doña importante de la casa: llena de caprichos para dos, usualmente seguidos por semana de comidas de arrepentimiento, y reconozcámoslo, también fue testigo de algún encuentro amorosos, y oye, fuera del dormitorio da mucho caché.

Ahora es como una vieja rica venida a menos, aún con su abrigo brillante de acero inoxidable, pero por dentro las bandejas vacías emulan unos huesos blancos y desgastados. Ya no hay comida para dos, y mi una se ha quedado sin hambre.

¿Cómo no recorder ahora los miles de comidas que compartimos?

Tú, besando la marca de mi pinta labios en el vaso, porque decías que robarlo de mis labios era poco original.

Que excentricidad. Los recuerdos son como la salsa agridulce que va acumulando moho en la nevera (más razones para odiarme...). En su día fueron agridulces, ahora son un pasaporte seguro al hospital, acompañado de dolor. 

Mientras lameteo el azúcar de la galleta, y esquivo los furiosos mordiscos del cojín de pelo (sí, sí, aquel que metí en la lavadora y se volvió enano), pienso un poco en ti.

Los cuadros vacíos me acusan desde las paredes, me recuerda nuestra pasión Uzbeca (sí, tú y yo siempre fuimos demasiado low cost para la Turca). Las fotos explotaron, lo prometo, así de repente el día que te marchaste, saltaron desde sus marcos y cometieron seppuku, mirándome a los ojos. Ahora que lo pienso, ese fue el comienzo silencioso de la guerra, luego siguieron los cojines y las mantas y finalmente hasta la tele me odia ¿no se supone que es la caja tonta? No tan tonta como para no entender que debe odiarme.

Observo las cosas de nues... mi casa, pero lo que más me duele son los huecos que dejaron las tuyas

¿Quién diría que unas perchas vacías y unas solitarias escarpias podían poner los pelos de punta? Lo que te queda por aprender Stephen King... 

Los pedacitos que te llevaste de mi también me asustan y me acechan, pidiéndome que mueva la mano y coja el teléfono... pero igual que veo el desdén en el espejo, puedo ver las grietas irreparables en lo nuestro. 

Voy hacia el estéreo, que siempre fue mío y no nuestro, y dejo que la suave voz me acune:

I was a dreamer before you went and let me down,
Now it's too late for you
And your White Horse, to come around...

Y me dejo caer en el sofá, arropada por una manta, que sorprendentemente está de mi parte.

Es un comienzo, y eso, me basta




Carta a un antiguo extraño

Querido antiguo extraño,

Siento la demora en mis palabras, tardaron en llegar, pero al fin están aquí.

Me gustaría primero decir unas palabras sobre cómo te conocí, como el primer rayo impactó en mi como una herida abierta en el corazón del cielo. Desde entonces todo cambió.

Con pequeños tropezones iniciales, un poco de escepticismo por mi parte y dudas por la tuya, comenzamos a conversar, a compartir, se podría decir que a soñar.

Eran momentos en los que la distancia nos hacía daño y que el café de la maquina endemoniada nos parecía el mejor caldo para la complicidad y las sonrisas.

Ah... como nos mentíamos a nosotros mismos... una vez que empezamos a abrir la caja de las verdades fueron saliendo una detrás de otra, sin poder parar el impetú y la necesidad que les daba alas.

Tanto tiempo, tantos días, tantas horas y semanas jugando a ese tira y afloja. Mi sinceridad contra tu negación. Aún recuerdo cuando escondías la fragilidad de tu compromiso entre muros de palabras huecas y manidas.

Prometía cada día no volver a hablarte, acabar por fin con esa tortura que me inflaba y luego me hacía estallar contra el duro suelo con cada uno de tus retrocesos.

Nos hicimos tanto daño que no entiendo como podíamos seguir. Ah, no, sí, si que lo entiendo, fue por mi tenacidad, porque me negaba a creer que todo lo que mi corazón sabía como cierto fuera más que una nube de ilusión.

Al final estallamos.

Volaron los bloques de hormigón de los muros como si de livianas plumas se trataran. Estallaron en un fuego de satisfacción y dicha. Que asustada estaba, pero que tierno fuiste conmigo.

Desterré mi armadura, mi espada, mi escudo... la batalla había acabado. Por fin podía descansar.

Que tiempo tan maravilloso, que conversaciones hermosas a solas, sin nada ni nadie de quien escondernos. Me sentía pletórica, satisfecha y con un ligero achispamiento, como tras beber una cerveza a pleno sol. Todo era tal y como yo lo había imaginado. No me importaban tus defectos, ni siquiera aquellas veces que desnudando tu alma conmigo sentía miedo, de ti, de mi... Tampoco me importaban las otras que pudieran estar en tu pensamiento, porque yo era tuya y tú eras mio.

Como toda cerveza a pleno sol... al final llega la resaca.

Me sacaste a patadas de mi mundo de fantasia, de mi nube de felicidad. Necesitabas tiempo, necesitabas espacio... y yo, tonta de mi, te lo di. Cedí a tus deseos porque al fin y al cabo, me habías demostrado de sobra que me querías... ¿no?

Entonces llegaron los velados reproches, las culpas a repartir y me encontré con la dura realidad de que el mundo de fantasia, no había sido más que eso, un espejismo construído por mi en los pilares de tu inseguridad y tu intolerancia a la soledad.

Aún así mi terquedad, mi atracción hacia ti me podía y seguía ahí al pie del cañón... te dejé destrozar todo lo que sentía por ti bien de cerca, hasta un punto que ahora mismo no reconozco lo que hay.

¿Donde está la energía?
¿Dónde está la sonrisa que era para ti?
¿Donde está la sensación de ser querida?

La has mandado de un pelotazo a la papelera como si de un ticket mal usado se tratara. No lo quieres, no lo quieres ver, no lo quieres sentir... solo quieres algo facil... algo que no agite tu pequeño mundo...

Si sólo fueras el primero... si sólo fueras el primero aún podría tener la capacidad de perdonarte, de decir "esto pasará" pero mis fantasmas me enseñaron bien y mis vivos cuidan de mi. No te daré más.

Olvida mi cariño.

Olvida mi soporte.

Si no quieres lo que hay, no esperes que esté ahí cuando te caigas. Por mi como si te estampas.

Pensaba que nadie me podría usar más que Él, pero has batido un record. Te di mi confianza, mi seguridad y has hecho mierda en el polvo con todo ello.

No te preocupes por mi, no me debes nada. Yo tampoco quiero nada de ti.

Soy hielo y soy fuego, y estoy harta de cabrones que no me quieren.

Oh, no te preocupes amor mío, seguiré con la charada, pero jamás de los jamases te vuelvas a atrever a hacerme daño.

Un saludo y hasta pronto,


El silencio revoltoso

¿Viste como se coló el silencio en la habitación?
Se coló por la rendija de la ventana medio abierta,
por el hueco entre tu cabezonería y mi insensatez.

Míralo, míralo comer palomitas en el sofá,
mientras nosotros nos tejemos el calor con el orgullo. 

¡Hasta la cocina ha ido el atrevido!
Se ha rebozado en la harina y juega a hacernos pedorretas mientras compartimos el café, 
borrachos de la sensación de tener razón.

Contigo y conmigo en la cama se metió,
cual gato caprichoso alborotó las sabanas
y hasta el colchón.


¿Qué hacer amor, cuando el silencio es compañero del dolor?

Te miro y no puedo dejar de pensar en las pequeñas tragedias que nos separaron.

La perdida de unas llaves, de un billete de autobús y de nuestra pasión.

Dejamos que el silencio se hiciera emperador de nuestro calor,
y ahora ha dejado poco menos que cenizas para tapar nuestras lágrimas.

Sé valiente, coge la mano que mi cariño aún te tiende,
déjame que me vuelva a perder entre los lunares de tu intimidad.

Destierra al silencio y deja que sea tu risa sea la que llene nuestro espacio en común.

Alza los ojos y mírame amada mía.


Y ella alzó sus ojos azules. 

Retazos del miedo en un instante



El mundo se desdibuja en un millón de pequeñas fracturas luminosas que al poco se convierten en poco menos que un difuso puzzle.

El miedo a lo desconocido y la pura admiración que sólo provoca lo incomprensible embargan a cada uno de las almas que en este momento compartimos destino.


El rugido del metal rompiendo las reglas de la intuición se acompaña por los tambores en cajas de marfil que martillean en nuestro pecho y de pronto un vacío enorme que lo llena todo la angustia de un destino, un pensamiento que se cuela en nuestra mente mientras nos elevamos.

La magia esta hecha, el hechizo el silencio magnánimo de la tensión se ha roto en un millón de voces que gorgojean risas aliviadas o vuelven al suave transitar de su pequeño mundo mientras allá fuera, separado por apenas medio palmo de methacrylate, un mundo azul y negro se hace reflejos de naranja y añil

La Puerta



Me despertó el ronroneo. Por un momento, mientras mis pupilas salían a regañadientes del sueño, pensé que de nuevo se habría colado en el piso algún gato callejero y repasaba mentalmente mis reservas de atún y leche.

Aún despegándome de la telaraña pegajosa del sueño, abrí los ojos y pensé extrañado que debía ser temprano porque la luz del amanecer ya cubría la pared derecha de mi cuarto.


Entonces el resto de mis sentidos empezaron a despertar. Noté el zumbido en cada folículo de mi piel, el extraño olor fresco que de pronto parecía venir de todas partes y mis ojos comprendieron confusos que aquella luz era desconocida para ellos.


Me incorporé en la cama lentamente sin soltar las sábanas, para no dejar ni un solo centímetro de piel a merced de aquello de que fuera que acechaba mi cuarto.

Por primera vez vi la "Puerta".


Era un óvalo de poco más de metro y medio de alto, la palabra puerta no era la más correcta sino que era un aro de luz que parecía haber crecido de entre el gotelé del cuarto.

Supongo que tuve la misma sensación que quien ve por primera vez a una medusa, algo en ti sabe que es dañino, pero a la vez no puedes evitar admirar su belleza.

Aún a resguardo de las sábanas observe la puerta unos minutos más antes de tomar la decisión de levantarme y acercarme.

Di vueltas alrededor, estudiando cuidadosamente sus contornos, incluso fui hasta el salón para saber si allí también existía, pero no allí el gotelé parecía seguir con su textura y cualidades normales.


Estuve otros minutos observándolo, parecía absorber todo el ruido del mundo mundano y sólo dejaba un zumbido arrullador.

Al final pasé una mano por su frente decidido. El vello de mi brazo se pusieron en formación y un escalofrío me recorrió la espalda llegando a la puntas de mi cabello.

No podría decir que se tratase de algo físico, palpable, no tenía solidez pero aún así nadie que se acercará a el diría que no existía. Parecía existir en un plano distinto de la realidad.


Fui un poco más allá e introduje la mano. Un maraña de estructuras fibrosas, como hilos de seda, me envolvió la mano. En lugar de ser una textura pegajosa como la de la tela de araña, el tacto era fresco que más que enredarse se amoldaba a mi.

El valor me empujó más allá e introduje el brazo hasta el codo. El espacio al otro lado tenía una textura extraña, como un aire fresco hecho de gelatina muy flexible, pero seguía siendo aire.

Le siguió el hombro y luego la otra mano y finalmente en un ataque de imprudencia el resto del cuerpo.


Me encontré en una realidad vacía, un espacio que no parecía tener ni principio ni fin, de un color añil similar a los atardeceres en la playa. En ese espacio a físico había decenas de puertas como la mía por las que se podían intuir escenas que nada tenían que ver con las que yo podría conocer.

La temeridad y la curiosidad me empujaron un paso más allá y me di impulso de algún modo para llegar a la siguiente puerta. Note como los hilos de mi puerta formaban una carcasa a mi alrededor, pegándose a mi cuello con un roce ligeramente molesto.

Ese fue mi primer mundo por visitar.


Aún recuerdo la arena transparente por la que de desenvolvían una rara mezcla de pez cangrejo. La estrella azul que iluminaba el cielo y la claridad de saber que nadie estuvo allí antes que yo...

Volví a mi propia realidad, a mi cama, sintiendo como la coraza de hilos se pegaba aún a mi y pase las horas en vela sin poder soñar con nada que fuera remotamente tan hermoso como el mundo a través de la puerta.



Han pasado dos semanas desde entonces.

Cada noche hago el mismo ritual: llego a casa en silencio, llevando mi fea y gris realidad conmigo, preparo algo de comer y me siento en el sofá aparentando tener una calma de la que carezco.


Entonces llega el momento con el que llevo soñando todo el día, vuelvo a pasar por la puerta y visitó alguno de los universos que me ofrece. He llegado hasta a contarlos 47 puertas luminosas. 47 maravillas. He visitado mundos en los que creí desarrollar sentidos nuevos he visto colores que no existían y ahora solo existen en mi cabeza. He vivido la creación y la destrucción de un mundo en una noche y luego vuelta a empezar.


He visto tantas cosas...

... PERO...

Los hilos, que al principio pensé que eran una coraza para mi, se han convertido en mi ancla, me atan a mi realidad y cada vez aprietan un poco más. Siempre están presentes, incluso cuando estoy lejos de la puerta. Empieza a costarme respirar y creo que es a su costa.


Dos semanas después :

He visitado 46 de los 47 mundos. Mi realidad me parece cada vez más absurda, como si fuera una broma cruel que alguien me hace vivir como el show de Truman, una serie de momentos que carecen de sentido cuando no estoy en la puerta... El dolor físico se ha vuelto prácticamente insoportable, he visto a varios médicos pero ninguno sabe que me pasa, los cardenales se duplican por doquier en mi cuerpo con forma de pequeñas fracturas, algunos médicos me han dicho que en las radiografías parece que me estuvieran cortando los huesos con un serrucho muy fino. Les doy las gracias y me marcho, no saben nada y no hay nada que yo pueda explicarles para que lo entiendan.

He intentado dejar de viajar por la puerta, pero ya nada es suficiente para mi.

La última puerta que me queda es la más lejana he intentado ir varias veces pero el dolor ha hecho que me desmaye varias veces. La intriga, la curiosidad, no me dejan dormir


Hoy he decidido que iré a verla, he conseguido una dosis de morfina para el dolor, no pienso dejar que me venza esta vez.


Paso con decisión por la puerta y empiezo a deslizarme por el espacio a dimensional, los hilos empiezan a cortarme según me alejo y telarañas de sangre empiezan a tatuarme los brazos.


El dolor se hace más y más fuerte y tomo un descanso para usar la morfina. Si, eso está mejor.


La puerta cada vez está más cerca casi puedo sentir su ronroneo en la punta de mis dedos.





Oh vaya...





Me estoy ahogando.


La parte racional de mi aún lo entiende, pero me empuja una fuerza mayor que se escapa de mi poder.

Noto como algunos hilos empiezan a romperse. Hay esperanza pienso y empujó más fuerte


Solo un poco más


...


Aguanta un poco más...


...


...




Los hilos se rompen como una crisálida de mariposa. La coraza desaparece y noto de pronto una acidez del ambiente que me quema. Nado desesperado hasta la puerta y agarró su frío borde.



Ya he llegado pienso con la euforia corriendo por mis venas. No siento casi el ácido que está quemando mi piel, ni como la vida se me escapa por las gotas de sangre, porque por fin he visto las 47 puertas.



Entonces noto una mano fría sobre la mía y veo, no... ME VEO, un reflejo un yo que no soy yo, un ser a medio crear que está tomando mi forma poco a poco, con una sonrisa malvada en los labios.

Lo último que oye mi consciencia es " Siempre hay un pobre diablo que quiere saber demasiado"


Y me hundo en un mundo negro cosido por un punto blanco.

El tic tac del corazón

Aún recuerdo la primera que oí el tictac.
Yo era poco más que una niña, un chico me sonrió y algo en mi pecho empezó a girar.
Sentí que mi cuerpo se llenaba de una energía que me daba ganas de...¡volar!

Ah, recuerdo a mi madre, su alegría, no paraba de reír y de darme besos entusiasmada. Mi corazón de cuerda había empezado a funcionar.

Me contó la historia de nuestros corazones, como nos permitían seguir viviendo eternamente siempre que tuviésemos amor, porque...¿qué es una vida sin amor?
Me dijo que cuando quieres a alguien de verdad y te corresponde, puedes hacer girar la pequeña manivela de su corazón y hacer que siga viviendo para siempre.

"¿Y si no encuentro a nadie que me quiera?" pregunté asustada.

Mi madre descartó la pregunta entre grandes aspavientos y me dijo que en nuestro mundo todos encontraban el amor, pero que no me preocupara por eso que aún me quedaban años.

¡Qué razón tenía!

En la adolescencia, una sonrisa, un beso tímido, o incluso una mirada robada podían hacer que los engranajes de mi corazón giraran y giraran sin cesar

¡Sentía que podía amar al mundo entero!

Pero entonces llegaste tú...

Recuerdo como me perdí en tus ojos la primera vez que te vi de verdad... recuerdo como todo lo que había sentido antes pareció un ilusión la primera vez que me besaste.

La primera vez que tocaste la manivela de mi pecho, los dos temblábamos, de excitación y miedo. Recuerdo el tacto metálico pero a la vez cálido de la tuya entre mis dedos.

Durante seis años nos amamos dulcemente, haciendo girar nuestro amor entre caricias, besos y lunas.

Que ilusamente feliz vivía en mi pequeño mundo...

Al principio sólo fueron unos pequeños atascos, la manivela se negaba a girar entre mis dedos pero al final cedía. No hablábamos de ellos, ahora pienso si tú tenías tanto miedo como yo. Nos hundíamos en nuestras caricias y culpábamos a la distancia al tiempo sin vernos...

... pero cada vez tenía que hacer más fuerza para girar la pequeña llave, cada vez me dolía más el pecho, pues tú parecías dar vueltas del revés a mi manilla, y por a noche deshacía el dolor de mis agarrotados dedos en lágrimas.

Hasta que un día no fui capaz de dar cuerda a tu corazón.

Incluso ahora, el dolor me llena la boca de hiel.

Siento todavía el miedo atenazándome y veo tu rostros mirándome lleno de tristeza.

Ya no me querías.

Nuestro camino que yo había dibujado claro en un futuro cristalino, se deshacía ahora en finas esquirlas alojadas en mi garganta.

El tiempo después fue frío, solitario y oscuro.

Fui rechazada por la sociedad, había dejado de ser amada. Era una paria.

Sin que tú movieras mi manivela mi corazón parecía agotado, sin fuerzas para vivir. Pasaba días enteros en la cama, intentando ahorrar cada latido, intentando recordar aquellas cosas que movían mi mundo antes de ti.

La muerte y la soledad eran dos ángeles negros que guardaban mi cama.

Un día, me despertó el silencio.

Abrí los ojos, consumida por el pánico.

"¿He muerto?" me pregunté

Y me respondió un tic casi agónico desde mi pecho, que me devolvió un poco la respiración.
Los tictac eran tan débiles que tuve que llevarme la mano al pecho para sentirlos y entonces descubrí algo que no había notado antes.

Una pequeña rendija se habría en mi pecho, una herida abierta que me dejaste.

Introduje los dedos con cuidado, entre la excitación y el pánico.

Me costaba respirar de la emoción.

Entonces mi índice tocó el metal.

Mi respiración se aceleró.

¿Y si...?

Hundí un poco más los dedos y noté de nuevo el toque metálico, ésta vez en mi pulgar.

No sabía qué hacer... aquello podría matarme...

O quizás no...

En un arrebato de valentía, o más bien de locura, giré la mao y la manivela dio media giro sin dificultad.

Esperé en silencio a que algo fallara, a que mi pecho estallara, o a morir simplemente.

Pero no pasó nada.

Un poco más confiada di una vuelta entera esta vez.

Nada.

Y después...tic... tac... tic... tac...

Los engranajes sonaban un poco menos agónicos cada vez.


Me llevó semanas, pero poco a poco fui acostumbrándome a dar cuerda a mi propio corazón, hasta que al final, fui capaz de volver a disfrutar de todo aquello que me había hecho feliz antes de ti.

Ahora camino entre la gente, algunos se paran a mirar, muchos susurran a mis espaldas.

Pero a mi me da igual, yo muevo mi propio mundo, mi único pecado a confesar es buscar tus ojos entre el mar de gente.
Te busco para agradecerte, aunque sólo sea con la mirada, aquel roto que me dejaste en mi pecho, porque al final, me ha hecho libre.

Sin darme cuenta...

La vio llegar a lo lejos, con el cabello anaranjado ardiente y una pequeña sonrisa.
Le habló desde lejos, temerosa de asustarle

"Es posible que no me recuerdes, quizás porque nunca llegaste a conocerme.
Yo era una simple luz de farola, perdida en una ciudad llena de otras como yo. Pasaba el día observando el mundo, envidiando a las luces de los coches, siempre de aquí a allá, que se bañaban fugazmente en mi goteo color naranja, pero no quería más que mi apatica vigilancia de la ciudad latente. No aspiraba a más.

Un día, sin embargo, tú llegaste a mi lado. Brillabas con una luz distinta a la de las hermanas que yo conocía. Intenté hablar con ella, con la luz que te inundaba y te volvía, la susurré en todos los idiomas de la luz que conocía, pero ella permaneció silenciosa...

Todas las noches pasabas, con aquella misteriosa compañera, y cada noche yo intentaba hablar con ella, conocerla, sin éxito.
Pasaba mis horas de descanso imaginando de dónde vendría esa luz tan hermosa, tan extraña.

No sabía yo que un día dejarías de pasar bajo mi halo y como esto destrozaría mi mundo.
Sentía en mi una necesidad desconocida, algo que se revolvía en mi interior, así que decidí despegarme, dejarme caer desde mi atalaya en un salto de fe y caí directa a un reloj de pulsera, donde me convertí en un reflejo, una luz con muy poca clase la verdad.

Viajé en ese reloj, buscándote en las recónditas calles de la ciudad, pero no te encontré.

Entonces llegué lejos, más lejos de lo que alguna vez pude soñar: llegué a cielo abierto.
Me recibió un cielo de satén negro bordado de pequeñas perlas, estrellas, lejanas voces antiguas con el tiempo, entonando una canción tan hermosa que por primera vez me emocioné.

Fue entonces cuando comenzó mi verdadero viaje. Nunca te olvidé amigo, pero en tu búsqueda encontré otras muchas cosas.

Aprendí el dolor de la tristeza al ver morir poco a poco a un llama moribunda en un candil olvidado. Aquella noche mi pecho se deshizo en pedazos al verla marchar y se cosió de nuevo a la mañana siguiente, porque también comprendí que mientras yo no la olvidará esa llama jamás se apagaría.

La esperanza la encontré en el sitio más extraño, el que todo el mundo evita, en el hospital. Tantas muertes, tanta enfermedad, pero entre las rendijas de la amargura se colaban pequeños retazos de esta emoción, en el pitido y la luz titilante de un corazón que volvía a latir.

Aprendí tantas, tantas cosas, tantos nombres, tantas vidas... pero nunca conocí una luz como la tuya.
Volví a mi ciudad, que ahora era distinta, las luces de mi ciudad, mis hermanas, compañeras en mi soledad, nunca me parecieron tan extrañas...

Busqué tu mirada en un mar de gente eterno, recorrí la ciudad saltando de acá para allá entre luces de farolas, coches y algún brillante cartel de neón, hasta que un día te encontré.
Me crucé contigo, siendo el destello del metro al pasar, pero oh, pobre de ti, amigo mio, ya no eras tú mismo... habías perdido aquella luz tan hermosa que te envolvía.

Te seguí a casa oculta en el reflejo de los critales de tus gafas, encogiéndome para que no me vieras... parecías tan solo, tan triste...
Me colé en tu casa, en tu mundo sin que me invitases, y busqué en cada rincón a aquella luz que me había fascinado tanto, pero no la pude encontrar.
Entonces la luz de tu mesilla me contó que habías perdido a alguien tan importante para ti que tu luz se apagó, se perdió en la negrura de tu triteza. Me habló de tu soledad, de como echabas de menos a "tu pequeña estrella"

Por eso cambié, por eso estoy hoy aquí. Tú me habías dado tanto, tanto que nada habría sido suficiente. Pedí al Creador, al Señor de las Luces, que cambiara toda mi vida eterna como luz, mi brillo anaranjado y mi corazón luminiscente, por este cuerpo, por esta posibilidad de vida... para intentar ser lo que perdiste"

Ella calló entonces, su esperanza hecha un nudo en su pequeño pecho.
Con la mirada empañada en lágrimas él se bajó poco a poco de la barandilla del puente y se acercó lentamente y con los brazos temblorosos abrazó el pequeño cuerpo de la niña, tan cálido y brillante y entonces por un momento, la pequeña luz de ciudad vio brillar la luz en su interior, escondida en el abrazo que la rodeaba, y escuchó por primera vez su voz.

Mientras apoyaba su cabeza en el hueco de su hombro y enredaba sus bracitos alrededor de su cuello pensó:
"Ah... así que eras amor"

***

Esta entrada es bastante especial para mi, fue la ultima que escribí, de prisa y corriendo, antes de que acabara el año, en un cuaderno que llevo escribiendo 5 años, del que han salido la mayoría de las historias, relatos, "poesías", que hay en este blog.

Han sido más de 144 paginas, y casi 150 entradas que he compartido con todos los que llevais leyendo este blog tanto tiempo, y por eso simplemente quería daros las gracias, ha empezado un nuevo año y yo un nuevo cuaderno y espero que sigáis por aquí.

Muchas gracias a todos